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¿Qué es la ciencia? ¿Quiénes, cómo y para qué la hacen? ¿En qué forma repercute la ciencia en la vida del hombre? ¿Podemos calificar a la ciencia como nociva, cuando con ella se daña a unos seres humanos, y benéfica en cuanto favorece a otros? ¿Es sensato, realmente, atribuirle a la ciencia virtudes y vicios? ¿Contribuye el conocimiento científico a la elevación de la conciencia de los individuos para conducirse mejor, ya ante la naturaleza, ya ante sus semejantes? Éstas y otras interrogantes fluyen en esta obra. El autor no pretende contestarlas a satisfacción con respuestas definitivas, convencido de que éstas no tienen cabida en ninguna explicación racional. Sin embargo, tampoco se queda en el escepticismo para reforzar incertidumbres, las que sólo conducen a desconfiar de esa, tan cara, conquista humana llamada ciencia. El autor también se propone a confirmar la idea de que todo estudiante debe, desde temprana edad, desarrollar su capacidad inquisitiva para que se habitúe a buscar, por sí mismo, el camino para satisfacer su curiosidad, cauce que después convierta en un verdadero método de investigación. Es de reconocerse el afán del autor por convencer a estudiantes y maestros, que el científico será más profundo y completo en la medida que, cuanto antes, supere las limitaciones de una estrecha especialización adquiriendo, por medio de una concepción filosófica, una visión racional del universo y del hombre. Los argumentos manejados para sustentar sus propuestas –a nuestro entender – son válidos pero más que esto, es evidente que el autor no se propone enseñar, sino provocar en el lector la reflexión, y en dado caso, la discusión entre maestros y alumnos.