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Este libro trata uno de los temas menos conocidos de la trayectoria de Henrik Ibsen, el autor más escenificado en el mundo hasta hoy después de Shakespeare: su encuentro con la práctica teatral, su actividad como director y sus decisiones para crear temporadas originales en la época en que el teatro nacional comenzaba en Noruega. El lector tendrá contacto, luego de compartir una investigación que Victor Grovas basa en manuscrito originales y libretos de dirección hechos por el mismo Ibsen, con un dramaturgo que crea un mundo de mitología, de dramas de vikingos y comedias de duendes desbordantes de fantasía y viejas leyendas, con una máscara teatral muy distinta de aquel que se consagró después con Casa de muñecas, Hedda Gabler o Espectros, cuyas obras famosas, sin embargo, no se explican sin esta mirada original a la historia y al mito, como se verá. De ahí fluyó hacia ibsen todo ese misterio que los muertos despertemos, y que hace escribir textos como éste, a más de cien años de su muerte. Este volumen inicia al lector en la etapa de juventud de Ibsen, en la creación de comedias románticas de fina ironía, que han sido poco estudiadas (La comedia del amor, La noche de San Juan), de un teatro histórico nacional de gran vigor que casi no había existido en la historia literatura noruega (Los vikingos en Helgeland, Olaf Liljekrans, Inger de Ostraat), en otras obras de tema histórico en donde hizo un retrato de su sociedad por medio de alusiones “antihistóricas” (Catilina, Empeprador y Galileo, Los pretendientes a la Corona). Las diez primeras obras de Ibsen, las más desconocidas de sus 27 producciones, lo que muchos llaman “dramas de juventud”, alcanzan ya más de 200 montajes en el mundo con más de 1000 representaciones. Es por esto que la decisión de conocerlas y, ¿por qué no?, de montarlas por primera vez en México es muy deseable, y el estudio plantea aquí una primera lectura. Porque Ibsen nos pedía que comprendiéramos su obra completa “como un todo”. Pero también conoceremos al Ibsen escenógrafo, a aquel interesado en la música que acompañaba a su teatro, al crítico defensor de un proyecto cultural novedoso para su época, al director escénico en ciernes que vivió varios años solo para la práctica escénica antes de escribir sus obras más famosas, al hombre que no sólo montó a Shakespeare y los clásicos, sino también se encontró varias veces con el Vaudeville y las obras comerciales, y supo escenificarlas con ingenio.