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En los llamados sistemas democráticos representativos, el estado es el medio más efectivo para impedir el poder original de la población. A partir de la invención del Estado invisible, los hombres del gobierno no tienen que preocuparse ya por la ilusoria soberanía del pueblo pues la soberanía ya no reside en el pueblo, el nuevo Estado irresponsable, todopoderoso y aparentemente impersonal es, por obra y gracia de la Teoría del Estado, el único soberano. A continuación, los supuestos representantes de la población y los demás empleados que dirigen los otros departamentos del gobierno se distribuyen entre ellos el poder que originalmente se decía que era del pueblo y se presentan diciendo que, de acuerdo con la Constitución hecha por ellos y sus antecesores, ellos son los verdaderos Poderes, el resto de los habitantes se han convertido en “los gobernados”, es decir, los súbditos, que tienen como principal obligación obedecer a aquéllos. “Es cierto –dice Clemente Valdés – que el poder que les prestamos a los empleados gobernantes se convierte fácilmente en un instrumento de opresión. Pero el poder del nuevo Estado, al interior de los países, puede ser mucho más opresivo, porque el Estado, en ningún caso, debe responder por sus actos, precisamente porque no existe.” El Estado, como una entidad imaginaria soberana con poder absoluto, es obviamente incompatible con un sistema democrático donde la población participa en las decisiones importantes y no sólo en la elección de algunos de los empleados públicos principales sin participación alguna en la aprobación de las medidas trascendentales para la vida en común. En algunos países –como sucede en México – la población no tiene ninguna participación en las reformas a la Constitución, las cuales se hacen por los mismos legisladores ordinarios a través de un procedimiento que consiste principalmente en cambiarse de nombre y llamarse poder constituyente permanente. Esta obra es una de las críticas más fuertes que se han hecho al Estado, inventado precisamente para impedir la supremacía del pueblo al interior de los países y mantener sometidos a los habitantes a un ente invisible, aparentemente impersonal, al cual no se le puede exigir responsabilidad alguna porque nadie sabe quién es.