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El superyó es la instancia psíquica que Freud describió como aquella donde se produce la conciencia moral, el sentimiento de culpa y la autocrítica, pero es además, como más tarde lo reafirmo Lacan, el portador de la pulsión de muerte y, por tanto, del goce. Producto de la introyección del Padre mítico, heredero del complejo de Edipo, el Superyó es el mensajero de la castración y del más allá de la misma. Actuando mediante imperativos silenciosos dirigidos al Yo es como se manifiesta su poder y sadismo de forma casi imperceptible. Por más que el sujeto busque el éxito o la felicidad, encontrará en sí mismo el obstáculo para alcanzarla: las inhibiciones y los síntomas. Finalmente todo conllevará a la angustia y la culpa por no alcanzar un Ideal de perfección. De tal manera que, el caso expuesto sobre un joven de 21 años, mediante el intento de profundizar en las causas de su demanda de ayuda, se pueden ver los estragos en el psiquismo y en el cuerpo, de la fuerza con que un Superyó avalado por la religión puede provocar.