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Ahora, el cuerpo ha sido comercializado, ha sido profanado al grado de volverse producto, marca, campaña de publicidad. Pero su efecto es muy curioso y profundo: antes que quitarle lo exclusivo, se le aumentó. Se le quitó lo divino, pero su sacralidad permanece. Son famosas las ideas en contra de la mutilación: recordemos que un requisito para ocupar el puesto de cordero digno de sacrificio divino entre los antiguos judíos, era que la víctima no estuviese mutilada ni marcada. El arte contemporáneo intenta marcar el cuerpo, desacralizarlo. Pero qué más puede hacer hoy a la venta. ¿Qué queda de sacro que el mercado del arte no pueda patear para intentar vender?