Para brindarle la mejor experiencia posible, este sitio utiliza cookies. El uso de su sitio significa que está de acuerdo con nuestro uso de cookies. Hemos publicado una nueva política de cookies, que deberías necesitar para saber más sobre las cookies que utilizamos.
Podría decirse que el meollo temático de la filosofía de las formas simbólicas es precisamente el espíritu. Aunque el sentido de este espíritu no es el mismo que habría tematizado Hegel, sino es un espíritu que se ha humanizado enteramente. De tal suerte que el problema capital de la misma consistirá en buscar el principio a través del cual toda la multiplicidad de expresiones culturales pueden ser congregadas en unidad: desde esta filosofía deben buscarse las razones a través de las cuales el hombre puede integrarse en el claro de sus infinitas manifestaciones como un todo indesglosable. No se trata de configurar una idea antropológica que haga excepción de ciertas manifestaciones, sino de confeccionar un programa mediante el cual todas las susceptibles ideas del hombre quepan en semejante unidad. Cabe reconocer que sobre el claro de este propósito se levanta también la esperanza de renovación de un humanismo para nuestro tiempo. En este nuevo humanismo tiene que encontrar cabida las diferentes expresiones y puntos de vista: en este humanismo tenemos que caber todos, es decir, tiene que darse cabida a todos los modos de ser del hombre. A esto cabe agregar que el ser humano está siempre llamado a desplegar la potencia de su ser, este despliegue se desarrolla a través de diferentes caminos, las “formas simbólicas” construyen cada uno de estos caminos. Justo por ello, la filosofía y el hombre tienen que concebirse como un camino en proceso de renovación permanente, poseyendo como agente común precisamente la actividad del espíritu mismo. Asimismo, en el presente empeño se aportan las bases para el desarrollo de un debate entre Cassirer y autores como Hegel, Eduardo Nicol y Heidegger.