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Se llamaba Andrés María Mateo aquel “misionero” franquista que en marzo de 1947, y procedentes de los Estados Unidos, llego a México en tiempos de la presidencia de Miguel Alemán. De filiación falangista, este sacerdote español había prestado servicios de toda índole “de frente y de retaguardia”, como religioso y combatiente desde el mismo 18 de julio de 1936, día del “alzamiento nacional”. Tras la Guerra civil, fue un acérrimo defensor del régimen franquista y de su cruzada permanente, a base de cruz y espada, en contra de los enemigos de España. Conocido públicamente como el padre Mateo, fue presidente del Ateneo de Madrid, profesor de universidad, escritor de “verbo fácil”, articulista del periódico falangista Arriba, colaborador con Pax Romana y uno de los exponentes del nacional-sindicalismo de la época. Nadie como él entendió que el púlpito y la palabra debían ponerse al servicio del adoctrinamiento y la moralización de aquella España de posguerra.