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Novelista y poeta universalmente reconocido. Miguel de Unamuno es también uno de los pensadores y filósofo más importantes de nuestra lengua, y de cualquier lengua. Su manera de afrontar nuestro rezago y nuestra exclusión de la autodesignada “corriente central” de la filosofía occidental, es verdaderamente ejemplar, y es una lección de pensamiento para quienes volvemos a tenérnoslas que ver con esa exclusión, en México y en China, y también para quienes ejercen, para con la mayor parte de la humanidad, semejante violencia. Precursor –con Kierkegaard- del existencialismo de Sartre, y del de Heidegger, también se adelantó con acierto y con vigor a muchos de los temas centrales de algunas de las obras filosóficas más pertinentes de nuestros propios días: la revaloración que de lo religioso nos proponen un Jurgen Habermas, un Charles Taylor o un Miguel García-Baró: la hermenéutica bien equilibrada de un Mauricio Beuchot, el regenerador repasó que de nuestra herencia humanística hace un Remi Brague, el muy heurístico examen que, a la luz de la Revelación, hace de la envidia un René Girard, la inclusión del amor como tema central de la filosofía que, en la estela de Platón, nos propone un Jean-Luc Marion, la valoración de cada individuo en toda su insacrificable singularidad, insistentemente subrayada por la ontología de un Jean-Luc Nancy… Líder indiscutible del pensamiento peninsular de su época (en el que un Antonio Machado y un José Ortega y Gasset reciben su vigorosa influencia), Unamuno es también el gran interlocutor de entre los más destacados pensadores iberoamericanos de entonces: José Carlos Mariátegui, Alfonso Reyes, Jorge Luis Borges, José Vasconcelos… Moderno por su capacidad de apretar el paso hasta ponerse a la vanguardia del pensamiento europeo, Miguel de Unamuno también es, por su profundo conocimiento de esa misma modernidad y por su cartesianismo que se esfuerza –como el de Pascal- por ser más radical que el del propio Descartes, uno de los críticos más lúcidos de la civilización moderna.