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Las dos obras que han aportado más luz sobre la vida de Miguel Ángel Buonarroti (1475-1564) son la biografía escrita por Vasari (Vidas, 1550) y la que tiene en sus manos, reunida por Ascanio Condivi (1553), un discípulo del “Divino Miguel Ángel” considerado el mayor artista de todos los tiempos, y claro, su obra pictórica, escultórica, arquitectónica, así como sus escritos poéticos o sus amplios conocimientos de otras materias, avalan esta afirmación. A través de este texto, el lector conocerá los diversos actos de la vida de Miguel Ángel (por momentos trágica), la erección de la famosa tumba para Julio II y sus conflictos con el Papa, las intrigas de Bramante y Rafael, etc… Sin duda es un texto enriquecedor sobre Buonarroti que vivió en pleno florecimiento de las letras italianas, y por ello, no es extraño que este genio creador en la arquitectura, escultura y pintura, también haya sido poeta. Las poesías aquí incluidas nos muestran una faceta poco conocida del artista florentino, aunque su poesía tenga –quizás– más valor desde el punto de vista psicológico y documental que desde el literario, ya que Miguel Ángel mismo decía: “…no es profesión mía escribir, ni tengo cabeza para la literatura”, pero parece haber encontrado refugio seguro en la poesía cunado se sintió desfallecer en los últimos años de su vida, época en que escribió sus mejores poemas. En toda su poesía, en especial en los poemas de la vejez, cuando le embargó la obsesión de la muerte, hay un aliento épico de corte dantesco. Esta obra está dirigida al hombre de gusto y que por motivos intelectuales, o no, posea un deseo vehemente de penetrar en la intimidad de ese gran arquetipo del genio creador.