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Hace algún tiempo que Antonio Sustaita tomó una decisión que, a estas alturas de nuestra empobrecida civilización –aludo a lo moral antes que a lo económico–, no puede sorprendernos. Resolvió aplicar nada menos que el ojo estético al cuerpo humano desecho, mutilado, trizas, iniciando su tarea por la parte más acreditada de nuestra fábrica somática: la cabeza. He apuntado la proposición “ojo estético”. ¿Qué toma Sustaita por objeto a la hora de reflexionar emprendiendo un trabajo literario sobre arte… o algunas ocurrencias de nuestra contemporaneidad que puede llamarse así? ¿Qué tiene como primera motivación estética? Un acontecimiento en el que cinco cabezas tronchadas, es decir, segregadas de su pedestal somático, son arrojadas, sangrientas, a los pies de un grupo de individuos durante una despreocupada sesión de baile en un local habilitado para el caso. ¿Hablaremos aquí de atrocidad? Sin duda, aunque horror quizá sea una mejor palabra.