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El hombre, que como todos sabemos no vive sólo de pan, tampoco se sacia con los solos conceptos. Me refiero –esto es un libro– al hombre reflexivo, al que por alguna razón ha logrado escapar al circo de la incesante solicitación de las imágenes –visuales y auditivas sobre todo– del incesante mercado, y también a las tan insidiosas consignas de la propaganda, esa red que en todo tiempo – y ahora todo el tiempo– nos echan encima –lobos, más que pastores– los que disponen del poder que se requiere para hacerlo. En la modernidad, esa orgullosa y prometeica edad a la que, de acuerdo con otro discurso también hegemónico, los “países emergentes” nos esforzamos todavía por llegar cunado los europeos hace ya más de un siglo que se dieron cuenta, los pobres, de que como destino de la humanidad no es, en el mejor de los casos –el mito ese de la construcción de un paraíso de progreso, y de justicia y de felicidad realizados en la mismísima tierra–, más que un grotesco engaño, en la Edad de la Ciencia y la Tecnología triunfantes, y sobre todo triunfales, con los conceptos –Materia, Energía, Célula, Sociedad, Progreso, Nación, Clase Social, Sujeto, Género … –se levantaron ídolos que se pensó serían capaces de saciar/ gobernar a hombres y mujeres.