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La solidez de la realidad moderna, entiéndase su concretismo e inquebrantabilidad, fue cuestionada en 1867 por Karl Marx con una sentencia aforística: “Todo lo sólido se desvanece en el aire”. Tal juicio, para una cultura que creía en la solidez como premisa fundamental, parecía a todas luces fantástico. Casi 130 años después, el 11 de septiembre de 2001, dando muestra de una performatividad aterradora, la sentencia alcanzó la realidad con una catástrofe que pudo ser vista en todo el mundo gracias a los aparatos de televisión. Lo sólido por autonomasia, una torres de concreto y acero de una geometría rotunda, duplicada para dar mayor énfasis a su solidez y al dominio técnico de sus constructores, explotaba haciéndose añicos. La explosión era doble, como doble fue la catástrofe, la sorpresa, el dolor, la construcción convertida en polvo y la sensación de que la fina línea que separa la realidad de la ficción se había roto de alguna forma.